jueves, 18 de octubre de 2012

martes, 9 de octubre de 2012

Víctor Botas

Leo la poesía completa de Víctor Botas.  Apenas conocía a este autor.  A veces no apetece decir mucho.  Creo que alguna de mis tardes más felices (y no sé si es feliz la palabra, pero qué importa) han consistido en eso: leer y callar.  Después de ese silencio vienen, si vienen, las palabras.

NO SER EN MODO ALGUNO

Qué bueno
no ser en modo alguno
imprescindible
como lo son tantísimos.
                                           Sin duda
ha de ser agobiante ese saberse
necesario
como el insomne dios de los teólogos.

Víctor Botas, Poesía Completa (Edición y prólogo de José Luis García Martín), Siltolá, 2012.


domingo, 7 de octubre de 2012

Cariñena, de Antón Castro.


Lo último que había leído de Antón Castro era El testamento de amor de Patricio Julve, una hermosa reedición en Xordica de una colección de historias publicada en Destino, hace tiempo agotada. Me pareció su mejor libro (aunque a los autores nos guste poco que comparen a nuestros hijos), así que cuando me dispuse a leer este Cariñena – su nueva obra, editada por el Consejo Regulador de la Denominación de Origen del vino con el mismo nombre-.pensé en beber más de lo mismo: el potente sabor del párrafo enjundioso mezclado con el aroma del vino de aquí. Pues no. Hay una ausencia total de la intensidad telúrica de aquellas narraciones, de su pasión arrasadora y, sin embargo, lo arrollador aquí es la sencillez, su tímida poesía, quizá porque -autobiográfica como el autor reconoce a esta obra-, quedó preso mientras la escribía del recuerdo del joven que fue, aquel objetor que en 1978 huyó de su Galicia natal y empezó a buscar trabajo en la vendimia de estas tierras.  Lo cierto es que ha conseguido trasladar a unas líneas escritas en 2012 su naturalidad y su suave misterio. Junto al tema del vino, recio y oloroso, la experiencia personal, aún tan en blanco. Es realmente un libro que respira autenticidad (qué bien relatado el encuentro con esas gentes y su manera de ser, qué perplejidad sin aspavientos la de aquel chico que anotaba sensaciones y palabras). Me parece uno de los logros más importantes del libro, esa precisión sin estridencias. Vemos claramente a aquel Filiño, taciturno y gallego, inexperto y medio enamorado (como actitud mental que tal vez era ya crónica), frente al cierzo, las palabras nuevas, la dureza del trabajo y la incertidumbre vital.  Me ha encantado leerlo. Me gusta ir descubriendo, como el que anda un paisaje, los distintos registros de un mismo autor.